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Volver a la realidad

Regresar de vacaciones no tiene que ser un martirio cuando eres una persona que se preocupa por mantener su presente lo más sano posible.

No me gustan las despedidas, y mucho menos cuando se trata de mi familia. Después de convivir una semana –que no es nada en realidad- llegó el momento de decir adiós para intentar regresar a mi vida normal; a mi casa, a mi trabajo y a las cosas de todos los días.

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No quiero que me duela volver, porque entonces solo le estaría dando crédito a la inconformidad, y la realidad es que no me desagrada mi vida en absoluto.

Pero pasa lo mismo siempre: abrazos y el adiós. Luego, una media hora de silencio incómodo en el auto por la carretera. No llevo ni un día y ya me estoy martirizando con la nostalgia de los momentos que hace una semana apenas estaba planeando. Hoy se acabó.

Qué raro se sintió abrir la puerta de mi casa y encontrar todo tal como lo dejé, aunque más frío. La rutina es la misma: el refri, las maletas, abrir las ventanas, revisar que todo esté en orden, el mensaje de “ya llegué, todo bien”. Todo está bien al final.

Hasta ese momento todo parece triste: los lunes, la alarma del celular, los mil pendientes del trabajo y el estrés se vuelven cada vez más reales. Toda esa nube de días felices y maravillosos se empieza a deshacer en cuanto te das cuenta de que no tienes nada en el refrigerador y tienes que ir al súper a comprar lo básico.

Pero de repente me pasa algo. Ese momento en el que estoy exhausta por desempacar, acomodar las compras, reestructurar mi vida en casa para poder pasar la primera noche después de las vacaciones, es cuando deseo, más que nada en la vida, la tranquilidad.

Desde ahí, en mi cama con pijama, un café o una pizza, me sorprendo disfrutando plenamente mi soledad. Parece mentira, pero me cae el veinte de que las vacaciones, muchas veces son todo menos eso.

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Visitas, comidas familiares, fiestas, comer como si no hubiera un mañana, más fiesta, más ruido, más paseos, todo increíble, y el caso es que en lugar de descansar te cansas más. De repente fue demasiada la desesperación por salirme de mi ciudad y acercarme más a lo diferente.

Por eso regresar suele costarme trabajo, y es que necesito algo que me reconecte a la normalidad; que me recuerde la maravilla del olor del café a las 7 am en lugar de quejarme por levantarme temprano, el agua caliente de la regadera, la sensación después de ir a correr, el reencuentro con las novedades del mundo y lo bello que puede ser volver a lo cotidiano cuando lo cotidiano te hace feliz.

¡Bingo! Ahí está el detalle. Este “volver a la realidad” no tiene que ser para nada un martirio cuando eres una persona que sabe apreciar el momento y se preocupa por mantener su presente lo más sano posible. Si amas lo que haces, jamás te sentirás mal por regresar a tu trabajo. Así de simple y así con todas las cosas.

No es tanto el hecho de volver a la vida normal lo que molesta, es la manera en la que ésta te espera. Así que tengo tarea de aquí a mis próximos días de descanso: dejar todo listo para que mi próxima bienvenida sea ¡la mejor!

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