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De escuchar tu risa loca…

Algo más que un tango, un sentimiento que es como el humo: se mete en los ojos y nos hace llorar ¡Pero también es la base de históricas mentiras y divertidos relatos! Nostalgia…

Hay sentimientos tan vagos, tan difusos que cuesta calificarlos como malos. Y pareciera que en el fondo albergan algo de bueno, aunque haya que rebuscarlo.

La nostalgia tan propia de la edad adulta y que atribuimos con tanta facilidad a los abuelos que siempre están destacando las ventajas de un pasado mejor, es algo también muy propio de la mujer, del romanticismo y el suspiro por el amor que se rompió o evaporó de tanto vivirlo.

Mi mamá, por ejemplo, te hace sopa de nostalgia con cuatro imágenes de la semana pasada, no te digo ya el guiso que puede liar si la animas a remontarse a la tarde de aquel verano cuando todos éramos chicos y jugábamos (según ella) felices a la sombra de un limonero…

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Me he visto estos días tan de hormonas caprichosas sucumbir al embrujo de la nostalgia sin oponer demasiada resistencia, a pesar de que ha sido un propósito vital nunca añorar lo anterior. Es horrible el síndrome Penélope al que tendían casi todas las mujeres con las que crecí. Siempre las oí hablar de novios, fiestas, bodas, bautizos, travesuras y escapadas que no pertenecían nunca al momento, siempre eran evocaciones remotas entretejidas con ensoñaciones y abrillantadas con afán para darle cuerpo a las tardes de domingo. Por reacción, supongo, yo crecí empeñada en no ver caras en las humedades de los muros del baño.

Para bien o para mal, la historia se nos acumula y resulta inevitable que se gatillen los recuerdos, a los que añadimos emoción contenida, cuando nos encontramos con fotos, lugares o personas que aunque no espectros, sí surgen directamente del ayer.

Dicen que el pasado siempre nos persigue y no sólo porque venga detrás de uno, sino porque, a veces, intenta alcanzarnos. Todos tenemos asuntos pendientes, inconclusos, o heridas abiertas y sin venganza que brotan en sueños, con canciones o en conversaciones con las amigas del alma. Son episodios a los que nos faltó ponerle un punto y que, con el peso del tiempo, se revisten de nostalgia. Incluso cuando se trata de hechos que no es dicha lo que encierran.

Hay momentos a los que me gustaría volver, lo reconozco, asumo mi nostalgia. Me encantaría volver a ellos, pero para rayarlos, romperlos, ahogarlos, empujarlos al precipicio.

Y para que no se tiña todo con el oscuro manto de la melancolía me invento frases, encuentros y finales mentirosos y así me grabo en la memoria como quiero ser. Es un derecho que todos tenemos. Hacer de nuestro pasado lo que más nos complete, nos vista el ego y nos reafirme en la entereza; le daremos la forma más ajustada posible a nuestra figura imaginada. Bordaremos blondas alrededor de la verdad y le pondremos alas si hiciera falta para que nos lleve hacia adelante y nos libere de culpa, miedo, rabia o tristeza.

Debe ser mi alimentada confianza, mi habilidad para dar plumazos sobre las personas grises que atravesaron mi vida, pero si alguna vez extraño algo que ya pasó, es a mí. Cosas que se llevó el tiempo. La risa fácil, el equipaje liviano, las ganas de otras personas, el desprecio por la perfección, el gusto por el desorden, los colores brillantes, la inquebrantable indiferencia ante las manchas de la vida…

A los buenos momentos me hubiese gustado hacerles más fotos; pero no tengo uno al que desearía volver, no tengo un recuerdo en el que me gustaría vivir. Tengo la creencia de que lo mejor está por ocurrir.

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