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Mejor vestida que medio desnuda

Hay momentos en la vida en que te sientes en el escenario perfecto y que provocan un placer que ilumina tu cara ¿Invierno o verano? Algo más que estaciones del año.

Hoy leía que Julie Delpy (Actriz, Francia 1970), como tantos pudientes, pasa una parte del año en un país y el resto en otro. Inviernos aquí, veranos allá. Fantástico. De verdad, si un día se me aparece el genio de la lámpara le pediré justo eso.

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Unos están en lugares donde comienza el invierno lamentando el llamado mal tiempo y buscando razones para no deprimirse.
Yo estoy en medio de una ruidosa celebración que ilumina con fuegos artificiales la entrada del verano, fiesta, biquinis, mojitos, la playa como escenario de la vida feliz. Pues, como no podía ser de otra forma, no me gusta el verano; y el espíritu danzarín y risueño que invade las calles me molesta como los mosquitos que también forman parte de la fiesta.

Estoy en una etapa de la vida en que me veo mejor vestida que medio desnuda, esa puede ser una razón. Tampoco me parece atractivo el ir sudando por la calle. La ropa húmeda, de colores y estampados florales, no me queda tan bien. El bronceado intenso que moldea al músculo tampoco me parece exactamente sexy; y aunque es divertido tomar helados, ir descalza, bañarse en el mar y beber una copa en la terraza por la noche, el verano me parece mucho más “exigente” que el invierno.

Si hay un buen día (como dicen cuando el sol está a full) hay que, por obligación, hacer un panorama. Salir. Agarrar los bártulos y emprender una jornada divertida como sea porque, de lo contrario, eres un pobre desgraciado que no aprovecha las bondades de Ra.

Las imposiciones en general no se me dan muy bien, pero la de estar feliz porque lo dice el hombre del tiempo, me resulta de una presión asfixiante.
El invierno, en cambio, es mucho más permisivo. Puedes estar triste con total libertad, o por lo menos, no tan optimista todo el tiempo. El color de tu piel puede ser el que es, tu cuerpo es más tuyo que público. Te puedes dar el lujo de quedarte en casa sin dar explicaciones. Te puedes hinchar a comer chocolate, leer revistas tomando tes de colores, o ver una película repetida y, si quieres salir, sólo si tienes ganas, sales a la calle con la expresión que se te antoje llevar, a que el aire helado te ponga la nariz rojita y te sacuda los pensamientos, sin presiones.

Además, me parece mucho más elegante el clima frío que te permite usar pañuelos al cuello (son mi perdición), botas (las adoro), vestirte de negro, que aunque estén de moda los colores fosforito, es un clásico que te resuelve media vida.

La playa es adorable, pienso yo, cuando no hay cientos de personas casi encima de ti. Y, no sé, puedo estar equivocada, pero caminar por la orilla del mar con mucho menos riesgo de contraer cáncer me provoca más relajo que ir embetunado en crema entrando la barriga.

Ahora yo entiendo también, que si has estado diez meses sube y baja montañas imaginarias en el gimnasio y llevas ocho semanas haciendo dieta y, además, has tenido el valor de dejarte disparar bronceador con una manguera para dar con el apetecido tono caribeño, pues estés encantado celebrando San Juan, San Pedro, la llegada del verano y muy entusiasmado con la idea de cambiar ya la foto de tu perfil por una de tu pie con el mar al fondo. Es tú momento y a disfrutar que te mereces un gran verano.

Yo me voy a quedar aquí, a la sombra, lo más quieta posible esperando el viento otoñal para sacar mis pañuelos.

Foto: Alexis Fuentes Valdivieso

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