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(Casi, casi) Príncipe

Cada mes te iremos presentando los distintos trabajos realizados por las chicas del taller de columnas y relatos de Belelú, impartido por Leo Marcazzolo.

60 millones no es una cifra menor, sobre todo cuando se trata de libros. Hasta hace un par de años, Erika Leonard no tenía la menor idea de que escribir una trilogía sobre sexo podría ser tan lucrativo, o que al publicar sus novelas desencadenaría una revolución hormonal, donde un sinfín de mujeres daría lo que fuera por rendirse ante los encanto de un personaje de ficción: Christian Grey.

Rico y exitoso, atrevido y oscuro, el empresario de Seattle ha cautivado a miles de mujeres alrededor del mundo. ¿Una carencia o el destape final de una generación reprimida? Nada de eso. Con listas de espera interminables y una película por rodar, “Las Cincuenta Sombras de Grey” se ha transformado en el ícono de la obstinada obsesión femenina de encontrar a la pareja ideal, “el hombre perfecto”. ¿Pero perfecto para qué; cuando la misma Anastasia Steel (depositaria de su amor incondicional) se agobia por no sentirse merecedora de él?

¿Qué es lo que (realmente) ellas quieren? Quizá Mel Gibson pueda responder a esa pregunta. Aunque difícil, si hasta Sigmund Freud se desvivió por encontrar la respuesta. Sin embargo, basta con leer Cosmopolitan o ver “Sex & The City” para entender que la búsqueda del Grial queda pequeña en comparación a la odisea por encontrar a Mr. Right: un hombre lleno de virtudes y cualidades, donde hasta los defectos se vuelven perfectos. ¿El problema? El problema (no fue hallarte, el problema es olvidarte) es cuando te aburre.

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Omar Borkan Al Gala es poeta, pero jamás fue reconocido como tal hasta ser aclamado como uno de los hombres más hermosos de la galaxia. Expulsado de Arabia Saudita por su “excesiva belleza que incita a la tentación”, se ha convertido en una imagen digna de veneración libidinosa. No obstante, y luego de un sondeo realizado por una cadena de televisión norteamericana, ocho de cada diez mujeres encuestadas respondió que sería “incapaz de mantener una relación” con Borkan Al Gala. Al ser consultadas por la razón, una de las respuestas más frecuentes resultó ser que “hombres como el árabe se miran, pero no se tocan”.

Bajo otros nombres, otros trabajos y otras direcciones, hombres como Grey y el árabe subsisten en el mundo como objetos del deseo femenino. ¿Las razones? Incontables. Desde Jane Austen y las hermanas Brönte hemos soñado con ese hombre fuerte, de ojos profundos que nos toma entre sus brazos y nos sube sobre un caballo (y quien diga que nunca lo ha pensado, está mintiendo). Lo curioso de Austen, Emily y Charlotte es que efectivamente nunca conocieron el amor; jamás concretaron su fantasía y escribieron sin saber que se sentía, en realidad, tener una relación con alguien. Quizá esa sea la razón por la que Heathcliff (Cumbres Borrascosas) o Mister Darcy (Orgullo y Prejuicio) suenen como personas altamente atractivas (uno por apasionado y el otro por caballero), pero siempre débiles y endebles en cuanto a la resolución de conflictos amorosos: sirvieron en la fantasía, pero jamás en el día a día.

Aclamado por el mundo entero, y sin embargo abucheado por centenares de profesionales y dueñas de casa (que alguna vez quisieron ser princesas), se podría decir que Walt Disney fue un increíble constructor de fantasías, así también productor infinito de decepciones.

Hombres con corona, herederos de reinos sin fronteras, conquistadores de nuevos continentes (y de tu corazón) y genios militares fueron solo algunos de los prototipos diseñados por la factoría del ratón. Príncipes azules, verde y rojos; para todos los gustos: múltiples prototipos para admirar, pero no para degustar. El amor Disney tiene límites. Es el más puro amor cortés del Medioevo: el eterno coqueteo, la emoción por tomarse la mano y el nerviosismo antes de tomar el té con el personaje. ¿Pero qué pasaba cuando a Blancanieves le tocaba lavar la loza y planchar la ropa? Nunca lo sabremos, ellos no tenían ese tipo de problemas ni realizaban el mismo tipo de actividades.

Tal vez sea por ese mismo argumento, que finalmente cada una de nosotras termina con el espécimen más alejado de los arquetipos social y culturalmente instaurados de “hombre perfecto”: porque no son perfectos y porque se autodestruirían inmediatamente en el contexto. “Lo ideal solo existe en los libros” me recalcaba una profesora, pero comienzo a sospechar de la veracidad de la frase. Lo ideal no solo existe en la ficción, si no en la rutina y lo que sea apropiado para ella. El hombre perfecto es el que quepa y el que se ajuste a las necesidades.

Creo que no quiero y no necesito que Christian Grey me azote para saber lo que es estar loca por alguien, ni dormir con Borkan Al Gala para sentirme cual valkiria en el Nirvana, ni que Mister Darcy me sonría para saber que todo estará bien y reconocerme enamorada. Me siento feliz con un hombre al que se le pegotean los tallarines, pero que al menos intenta cocinar. Uno que ve fútbol, pero me explica el juego para que al menos pueda divagar mientras el celebra. Uno que cuando me ve cansada, baja silencioso y prepara el desayuno. El que no se parece ni un poquito a John Smith, sino más bien a la bestia. Grande y peludo, pero un monstruo barbón que me quiere.

Cada mes iremos presentando los distintos trabajos realizados por las chicas del taller de columnas y relatos de Belelú, impartido por Leo Marcazzolo. Ver todos aquí

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