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Entender lo difícil que es ser madre no es tarea fácil

De cuando dejé de creer que mi mamá tenía que ser perfecta y entendí que ella también es un ser humano, con virtudes y defectos

Cuando era niña, mi mamá era para mí el ejemplo máximo de cómo debía ser una mujer junto con mi abuela y una que otra maestra. Para mí, una mamá siempre debía oler rico, tener aretes lindos y llevar el cabello suelto. Ella era la que me llevaba a comer un helado o al parque con mis primas, no sin antes haber preparado una buena ración de sándwiches, así que obviamente me gustaba pasar más tiempo con ella que con mi papá.

Veía a mi mamá platicar con sus amigas y quería ser como ellas. Quería crecer y poderme pintar los labios y usar tacones y un sombrero enorme cuando me metiera al mar.

Odiaba ver a mi madre fumar y es que no podía entender por qué lo hacía a pesar de que sabía que se podía morir. Una vez, cuando tenía 7 años, me robé una de sus cajetillas de cigarros y prendí al menos 5 al mismo tiempo (sí, como caricatura, pero no tenía mejores referencias a esa edad) y traté de probarlos para entender qué los hacía tan ricos que mi mamá prefería morir por ellos. Para acabar pronto, mi gran investigación terminó en un castigo y las burlas eternas de mis hermanos. Nadie entendió qué es lo que intentaba hacer y lo redujeron a una travesura.

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En mi adolescencia siempre lamenté que mi mamá y yo fuéramos tan diferentes; yo quería una mamá como las de mis amigas: esas que sí se acercan a platicar, que te llevan de shopping aunque no lo merezcas y que te preguntan por todos los chismes. Pasé de admirar a mi madre a desear que fuera como alguien más; y esa etapa me duró muchos años.

Viendo hacia atrás, no puedo imaginarme lo difícil que debió haber sido para mi madre lidiar con una niña que se creía adulta y que, por mucho, no hacía más que quejarse de todas las faltas e imperfecciones que ella tenía. Sin embargo, me soportó con cariño y paciencia.

No fue hasta hace algunos años, cuando algunas de mis amigas resultaron embarazadas en lo que podría haber sido el peor momento de sus vidas, que me topé con la realidad: mi mamá también era muy joven cuando comenzó con su tarea de madre. Y así como mis amigas temían bañar solas a sus hijos, cambiarles el pañal y se cansaban de las desveladas y correr tras ellos en el parque, mi mamá también pasó por eso. Es decir, comprendí que mi mamá es humana y que ella tampoco recibió un curso intensivo de “Cómo ser una excelente madre”. Y aún así, lo fue.

Comprendí que ser mamá no es tarea fácil, que el único referente que tenemos es lo que vivimos, pero nadie enseña a ser madre. Nadie te dice cómo te vas a sentir cuando lleves a tu hijo a la escuela por primera vez, nadie te puede explicar la impotencia que se siente al llevar a tu hija al hospital a media noche porque no se le baja la fiebre y, por supuesto, nadie le dice a una mujer que ser mamá es trabajo de tiempo completo y al doble; porque no solo eres mamá sino que también tienes que seguir siendo tú misma.

Y ahora que veo a mi madre como una mujer normal, sin súper poderes y con las mismas fallas que podría encontrar en cualquier otra persona, entiendo lo difícil y admirable de ser mamá. Porque no solo tienes que ser un ejemplo para tus hijos, sino también probarte a ti misma que lo estás haciendo bien; sentirte menos perdida y reponerte más rápido de los golpes de la vida porque hay alguien que depende de ti para crecer, aunque en la mayoría de los casos, no tengas idea de qué estás haciendo.

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