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Personas criticonas

Poco se puede hacer cuando esos detalles son parte de la personalidad. Cambiar a estas alturas de la vida es muy difícil.

El otro día estaba leyendo un artículo de mi revista preferida Marie Claire, escrito por una mujer, dedicaba a escribir críticas de libros, lo que al parecer ejercía con bastante éxito. El problema era que esa misma elocuencia con que encontraba y exponía las fallas y debilidades literarias de alguna obra, criticaba insistentemente a su marido. “¿Cómo puedes ser tan desordenado?” ¿Es que acaso siempre tienes que llegar atrasado a todas partes?” “¿Por qué @#€$%& se te olvida todo lo que te digo?” eran frases bastante repetitivas en la relación, que después de varios años, ya no dejaba pasar molestias sin descargos de por medio, lo cual estaba perjudicando la vida matrimonial. En terapia aprendió que su faceta de esposa criticona debía desaparecer, y en vez de pasarse la vida recalcando aquellos detalles que le parecían molestos, debía contar hasta 10 y no concentrarse tanto en lo malo, sino que felicitar y apreciar lo bueno.

¿Cómo dejar de criticar? La verdad es que leyendo el artículo, pensaba en mi relación de pareja y en todas las veces que me he encontrado criticando, quejándome, etc. El desorden, el desinterés, el quedarse pegado viendo la tele cuando uno les conversa, perder todas las boletas y comprobantes que después se necesitan, olvidarse de lo que uno les pide… Ufff tantas cosas que con el estrés del día a día, te pasan la cuenta. Es cierto, nadie es perfecto, ni hombres ni mujeres, pero por algún motivo, creo que somos más ávidas las féminas a materializar nuestras críticas, como si sirviera de algo más que desahogarse. Y ese es justamente el tema. El desahogo que es necesario cuando ya se lleva un tiempo juntos, cuando la convivencia ya no es una eterna luna de miel sino que tiene sus dificultades y conflictos.

Cuando partimos una relación, es difícil molestarse por algo, la verdad es que uno camina sobre nubes rosadas de azúcar. Incluso si llegase a haber algo molesto, se omite, porque no afecta, no importa y las emociones que se sienten son tan grandes que dan poca cabida a malas sensaciones. Pero, ¿qué pasa después, eso se va, se acaba? No. Se transforma.

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Y lo importante es saber fluir con esa transformación, el amor loco del principio, se transforma en algo más fuerte pero más humano y cotidiano. Y en la cotidianeidad de la vida, uno tiene varios defectos que dependiendo del otro, pueden ser cosas sin importancia o verdaderos dolores de cabeza.

Poco se puede hacer cuando esos detalles son parte de la personalidad. Cambiar a estas alturas de la vida es muy difícil, es casi como en la canción de Duncan Sheik, “Wishful Thinking”, es decir, una ilusión. Lo que es más dominable desde el otro extremo, es evitar las pachotadas, las malas ondas, los comentarios inútiles que solo dañan. No quiero decir que no importe, que uno se convierta en un ser de pura paz y amor porque eso es imposible, pero sí transformar las cosas, para que sirvan de algo, o para que causen menos conflictos. A nadie le puede molestar eso, ¿o si?

Ejemplo:

“¿Por qué @#€$%& eres tan desordenado?” vs “¿Me ayudas a ordenar?” Y en el caso de que lo veas ordenando, agradecerle por el gesto. Si no lo hace nunca, una vez que lo haga es como para felicitarlo.

Según la autora del artículo, cuando empezó a remplazar sus comentarios y a bajarle el tonito mala onda a las cosas, su relación mejoró. Incluso tirando de vez en cuando unos piropos locos, hasta le aumentó el autoestima al marido y andaba lo más macho alfa por la vida.

Entonces, hay que tratar de ser un poco más zen y menos bruja. Si alguien me estuviera diciendo al oído las cosas que le molestan de mí a cada rato, hace mucho tiempo que lo hubiera mandado a la punta del cerro. Entonces, si no queremos que nos manden a la punta del cerro a nosotras, tratemos de ayudarnos como pareja, a apoyarnos y a tratar de solucionar conflictos en vez de crearlos. Porque quien sabe todos los detallitos molestos que tenemos, pero que por amor, se pasan por alto.

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