Yo soy de las que cree en el amor en todos sus sabores y colores. Creo en el amor a primera vista, en el amor a distancia y en el amor después del amor. Creo que el mejor tiempo para enamorarse es cuando el corazón lo siente, y ningún otro momento más.
PUBLICIDAD
Pero aunque crea en todo esto, la realidad es que después de una larga relación lo último que se me viene a la mente es empezar algo nuevo. Principalmente porque no quiero compartir momentos lindos con una persona nueva sin estar segura de haber dejado lo demás atrás; y es que no soy muy buena diciendo adiós (aunque ya debería haberme acostumbrado).
Y así, justo cuando decidí que era el momento de darle unas vacaciones a mi corazón, ocurrió lo que menos esperaba. No es una historia de amor extraordinaria (o tal vez sí, no lo sé), pero sí una que para nada me esperaba.
En medio de la cotidianidad conocí a alguien que cambió todo para mí. Con gustos diferentes a los míos y un sentido del humor que podría derretir a cualquiera, para mí estaba claro que acercarme a él solo significaba una cosa: peligro.
Y digo peligro porque, conscientemente, no quería empezar nada. Se lo dije desde el principio y él estuvo totalmente de acuerdo, así que nos adentramos seguros a una amistad que se veía muy prometedora, por el contraste en nuestras personalidades que permitía las pláticas más interesantes y porque -según nosotros- no había el riesgo de salir herido.
Nos frecuentamos más, no podíamos dejar pasar un solo día sin llamarnos para platicar un rato y siempre buscábamos un nuevo pretexto para vernos. Fue sencillo y disfrutable. Habíamos ganado un nuevo mejor amigo.
Y entonces sucedió. Nos dimos cuenta de que la cara se nos entumía por sonreír todo el tiempo; que cuando salíamos juntos inconscientemente escogíamos nuestro mejor atuendo y poníamos todo nuestro esfuerzo (que se daba muy fácil) en hacer que el otro se la pasara bien. Después de discutir un rato sobre nuestro comportamiento obvio de enamorados, tratamos de ser como esas personas modernas que quieren verse muy maduras y preguntarle a otro qué sentía.
PUBLICIDAD
Nada se resolvió hasta que por fin llegó el silencio. Y con el silencio, nuestro primer beso. Entonces lo supe: Me había enamorado.
Y no me resisto a la idea. Me encanta que haya llegado el amor en un momento en que yo me negaba a dejar entrar a alguien más a mi vida; y tal vez sea precisamente el momento en que más lo necesitaba.
Y estoy feliz.