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Recuerdos de mi curso de manejo

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Para mí, aprender a manejar no fue demasiado complejo. El primero que me enseñó fue mi papá y al igual que mi hermano, creo que tuve al profesor más troglodita de todo el universo. Amo a mi papá, pero hasta él reconoce que para lo único que NO sirve como padre es para enseñar a manejar. Era de los que nos pegaba en la cabeza cuando no le hacíamos caso y para qué decir el estrés que le daba cuando se nos paraba el auto. Simplemente insportable, para nosotros y para él.

Por todo ese problema medio cavernícola con mi padre y sus clases de manejo, no me quedó otra que pedir ayuda profesional. Y claro, aunque tomar cursos de manejo para todos es una real lata, yo tuve que tomar uno. Fundamentalmente porque mi papá me dijo que si no lo hacía nunca me pasaría el auto, aunque de todas formas jamás me lo prestó. Así, en plenas vacaciones de invierno, tuve que hacer el curso, porque la idea era tener licencia justo para mi cumpleaños que es en agosto. La verdad es que no me costó mucho aprender, pero por otro lado, tampoco me costó mucho creerme el cuento de que era seca al volante. Además, el profesor me daba bastante ánimo. Aunque también me obligaba a que lo llevara a pagar el agua. Y también, el muy viejo verde, me tiraba los cortes.

Pero sin lugar a  dudas, lo más latero del curso de manejo fueron las clases teóricas. Más encima, como era invierno, llovía y llovía, así que menos ganas me daban de ir a clases. De hecho, creo que fui como a dos, que era el mínimo permitido. Además, jamás me metí a las salas con las máquinas esas que miden la precisión, los reflejos y todas esas tonteras; por lo que comprenderán que cuando fui a dar la prueba me sentía full nerviosa e insegura.

Al final, el día de la prueba, estaba demasiado preocupada. Sobre todo porque creo que abrí dos veces el librito con las leyes del tránsito. Entré a la municipalidad, luego me senté en un computador y comencé con la prueba. ¡Listo! Aprobé. Pero con lo justo. Me equivoqué en siete y -lo que de verdad me preocupaba- con un error más, me tenía que devolver a la casa sin licencia.

Después vino el examen sicotécnico, con las maquinitas famosas que conocí ese mismo día. Pero no lo hice tan mal así que me fui rápidamente a la evaluación práctica. Por supuesto que nos llevaron a la prueba de manejo con el mejor amigo de mi profesor de manejo… si hasta en eso hay pituto en Chile. Me subí y obvio que me aseguré de decirle al tipo que se pusiera el cinturón, regla básica del curso de manejo. Pero a la primera dobladita, se me paró el auto, porque venían cruzando los peatones y justo después pasé algo rápido por un lomo de toro, lo que hizo el tipo casi se pegara en la cabeza. En ese momento me tiritaron hasta las rodillas. Pero finalmente aprobé. Me devolví a la municipalidad y me entregaron mi carné de conducir. Me sentía muy orgullosa. Pero no me fue útil hasta cinco años después, ya que recién hace dos años que tengo mi auto propio.

Y claro, a contar de ese momento he tenido un montón de historias al volante. Pero esas quedarán para más adelante.

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