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La suma de todos los prejuicios

Hay cosa que simolemente indignan.

Hoy caminaba por Avenida Providencia (en Santiago, la capital chilena) cuando me encontré en la vidriera de un local comercial -a pocas cuadras de las Torres de Tajamar- con el cartel que aparece en la foto que ilustra este post. El local en cuestión estaba cerrado, por lo que no pude averiguar si la persona que solicitaba ayuda a través de éste era el dueño o dependiente del establecimiento, o si en realidad sólo se había facilitado este espacio para alguien que anda en busca una asesora del hogar.

Sin embargo, ese no es el punto al que quiero referirme en este espacio. Lo que pasa es que de verdad me sorprende la serie de restricciones que por medio del cartel se le ponían a quienes pudieran tomar este trabajo de asesora del hogar. Porque sin entrar en detalles como la descripción de funciones a desarrollar o remuneraciones, se restringe la oferta laboral a mujeres chilenas, de entre 35 y 45 años y que -preferentemente- vivan en las comunas de Ñuñoa, Peñalolén o La Reina.

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¿Acaso un hombre no podría hacer bien este trabajo?,  ¿O una cubana o una colombiana serían unas asesoras del hogar deficientes?, ¿O acaso alguien que no viva en las comunas que indica este cartel queda automáticamente inhabilitado para trabajar?

Ya sé, muchos se me tirarán encima con argumentos que defienden este cartel, aduciendo que es bueno que la gente viva cerca de su lugar de trabajo, para que así lleguen puntualmente a laborar. Otros dirán -lamentablemente- que una mujer chilena les da mucho más confianza que una extranjera. Y así, podrían estar justificando esta colección de prejuicios del cartel por mucho, mucho rato.

A todos los que encuentren lógicos los supuestos argumentos del párrafo anterior, déjenme decirles que no son más que prejuicios, porque el sexo, el lugar donde se vive o la nacionalidad no pueden condicionar un trabajo.

Poco podemos avanzar como país en temas como la tolerancia y la integración si situaciones cotidianas, como las de este cartel, no nos llamen la atención ni nos hagan reflexionar o -mejor aún- indignarnos.

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