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No todo es llegar y llevar

“Rebelarse en contra del sistema es más fácil de lo que se cree”.

No conozco La Polar. Lo más cercano a la Polar que he estado, es en la vereda del frente, en la Avenida Argentina de Valparaíso, donde todos los miércoles y sábados venden ropa, electrodomésticos, muebles y toda clase de cachureos usados. Mientras miles de personas se endeudan en la popular multitienda, otras –igualmente pobres- optan por hacer shopping en la feria. Lo que ocurre en la Avenida Argentina es un ejemplo de economía sana y democrática, donde “llegar y llevar” consiste en sacar las lucas para comprarse una juguera sin pasar por Dicom.

Después del descarado robo protagonizado por los ejecutivos de la Polar a costa del endeudamiento de medio millón de personas, no es mala idea darle la espalda a los retail. No hay que haber leído a Marx para saber que en el chipe-libre de nuestro paisaje financiero, no existen multitiendas malas y multitiendas buenas. Todos -llámese la Polar, Paris, Falabella, Johnson, Din, ABC, etc etc-quieren que te endeudes . Es más, hacen todo lo posible (o lo imposible como La Polar, quien repactaba las deudas a cero) para que el chilean dream sea una tarjeta de plástico. Resultado: jugueras para tí; alza en las acciones de la bolsa para ellos, y todo lo que eso implica, llámese cruceros al Mar Báltico, casas astronómicas en Chicureo, refugios en la nieve.

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Sé lo que están pensando: así funciona el capitalismo. Perdón, pero así funciona el capitalismo más indecente, ese más salvaje, que heredamos del experimento de los Chicago Boys en los 80s, y que no admite regulaciones ni transparencia. En Estados Unidos no existe eso de pagar con cuotas. Se paga con tarjeta de débito o crédito y punto. El caso de la Polar le agrega otro pecado capital: el de la explotación y manipulación del cliente más pobre que por primera vez se siente accediendo al mercado. Consume o muere, parece ser el slogan de Chile. ¿Por qué derechamente fundar multitiendas, supermercados, malls de precio popular, como los hay en el primer mundo, donde la gente paga con lo que tiene y no con lo que no tiene?

Si seguimos viviendo a la merced de monopolios y dineros fantasmas, nuestros hijos van a heredar un naipe de tarjetas impagables. Rebelarse en contra del sistema es más fácil de lo que se cree. Basta dejar de comprar en multitiendas y volver a la simple y olvidada tienda. Un ejemplo: hace poco compré mi colchón en un local de Vicuña Mackenna. No sólo costaba menos que donde el enemigo. Me facilitaron cuotas. Incluso me lo llevaron a la casa. Lo mismo con mi cocina; la encontré en un sucucho viñamarino, cuyo dueño literalmente sabía de cocinas y te hablaba de ellas sin bostezar, como si fueran perlas del Pacífico. Con la lavadora me equivoqué. A la salida del Jumbo, y desesperada con la cantidad de ropa que ensucian mis hijos, me tenté con una oferta de Paris. Consecuencias: ahora me llega publicidad a la casa y me cobran un porcentaje de mantención, aunque digan que no lo hacen. La tarjeta no la uso y estoy pensando hacer un collage infantil con ella.

¿Por qué tanto bochorno?, se preguntarán. Simple: desde que compré mi lavadora, quedé registrada como cliente. Cada vez que voy al supermercado del consorcio hermano, me detectan y me obligan a acumular puntos y lo que es peor, me ofrecen más tarjetas, lo que convierte una inocente rutina doméstica en un trámite bancario.

¿Acumula puntos? No, gracias, me dan ganas de gritar. Acumulo estrés.

La feria de las pulgas, el almacén, el sucucho de Don Alguien, ahí está el futuro.

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