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El aire que respiro

Así no se puede respirar

Soy en general, una persona que tose. La tos me acompaña cada vez que me resfrío, me acerco demasiado a una estufa a parafina, me río con la boca llena, me siento particularmente nerviosa, y –cómo no-, cuando viajo a la capital.

Rafael Gumucio, un experto en salivar buenos oneliner me decía la otra vez que la única suerte de vivir en Santiago es que no tienes que ir a Santiago. Aunque no se refería únicamente a la contaminación medioambiental (estoy segura que a él el factor humano lo afecta más), no hay que ser experto en fotoshop para darse cuenta que entrar y salir de la nube café es más deprimente que estar en la nube café por la sencilla razón de que te das cuenta lo café que es esa nube. De carbono y polvo quiero decir. Una nube espesa e inamovible de partículas tóxicas; las temibles PM 10 y PM 2, que son como la prima fea y mala de esas blanquitas, súper-oxigenadas y redondas donde a Heidi le gusta jugar y que unos días atrás, gracias a la lluvia, tenían a los santiaguinos posteando fotos en facebook del cielo limpio, como si se tratara de un fenómeno climático. Lo normal es que el cielo sea azul. Lo es en Buenos Aires, Nueva York y Londres, que erradicó su smog el siglo pasado gracias a medidas drásticas y de rediseño urbano. Lo será en Ciudad de México que está cambiando todo su transporte público por lindos y no ruidosos modernos tranvías no contaminantes. Pekin y Santiago, son excepciones aparte.

Lamento decirlo, pero en este gobierno, el único que patalea por el aire que respiramos es el Ministro Mañalich, quien valiente y directo, se atreve a hablar de un tema que otros, ¿aló Intendente? –al parecer atontados por las partículas contaminantes-dejan pasar por inercia.

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Así, el Ministerio de Salud levanta la voz y propone por ampliar la restricción vehicular a los autos catalíticos e inmediatamente el Ministro de Transporte se convierte en el comisario del Smog diciendo que no ayuda en nada. Plop.

Hablar del esmog es deprimente, lo sé. Nadie quiere nombrar algo que respira todos los días. Que afecta la sangre, el cerebro, los pulmones y coquetea con varios tipos de cáncer. Nadie quiere lanzar soluciones a algo que aparentemente no lo tiene. ¿Qué hacer? ¿Sacar todas las fábricas a carbón de la Región Metropolitana? ¿Bombardear el cielo a lo Lavín en su época de alcalde? ¿Mandarle una carta de reclamo a Pedro de Valdivia por fundar la ciudad en una cuenca sin ventilación? ¿Emigrar a la V región? Por ahora la única medida que el gobierno ha anunciado es la prohibición de leña el 2012.

Mientras tanto, los fabricantes de inhaladores y shampoo están felices (los santiaguinos deben ser las personas que más se lavan el pelo en la semana), los pobres caminan en calles llenas de polvos, los ricos se consuelan arrancándose los fines de semana as la playa o, “subiendo” a esquiar, los autos se van de fiesta multiplicándose y los hospitales colapsan de niños enfermos.

Los doctores saben que no es normal ponerle un inhalador a un niño por un simple resfrío. Los doctores en eso, no se mienten a sí mismos. El invierno pasado, antes de mudarme a Valparaíso, me sorprendí al igual que miles de madres santiaguinas, llevando a mi hijo de 6 meses al hospital. En la Emergencia, doctores y enfermeras no culpaban a virus de nombres rebuscados o brotes de influenza trans-humanas, sino a la mala calidad del aire.  Está bien salir a la calle por una Patagonia sin represas, pero ¿qué hay de un aire sin veneno?

Yo soy la primera en bajar con mi hijo a la plaza. ¿Alguien más?

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