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El fin de las máquinas de escribir

Por suerte, yo tengo la mía

Leyendo el diario El Mercurio, la sección de Artes y Letras, encontré ésta noticia: la última fábrica de máquinas de escribir, se cerró.

Si bien cuando tenía 7 años ya muchos habían optado por usar los computadores –que recién estaban saliendo al mercado- crecí con ellas. Siempre veía a mi abuelo usar su roja y brillante máquina de escribir. Me encantaba. Aunque nunca me dejó tocarla siquiera, me enamoré perdidamente de ella. Por eso a mi tata no le extrañó que el año pasado le haya pedido que me la regalara para usarla cuando entrara a la U. “Lo veía venir” me dijo.

Y es que aunque viva rodeada de laptops y computadores, muchas veces prefiero escribir a mano mis cuestiones –mini cuentos, pensamientos raros, opiniones y cuánta cosa se me ocurre en el momento-, y sólo si es necesario, lo paso a un archivo de Word.

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Obvio que otras veces se me cansa la mano o leo artículos de los que me interesa escribir u opinar en Internet; o cuando quiero hacer mis columnas para Belelú: entonces ahí paso inmediatamente al “cuaderno virtual”.

Sin duda me da un poco de pena que ya no vayan a fabricar más máquinas de escribir. Pero por suerte, yo tengo la mía. Me acompañará en la U, en esos momentos en los que me dan ganas de escribir porque sí, y por supuesto, me acompañará cuando sea una tesista solitaria; ella será mi única y fiel compañía.

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