Abren mucho los ojos mientras te explican las ventajas del producto. Te dicen que dejes de darles plata a las farmacias y que lo pruebes, que te va a hacer bien. Les dices que no tienes plata pero te dicen que no importa, que justo tienen una muestra gratis. Te piden el teléfono, el mail y la dirección.
PUBLICIDAD
A los pocos días te llaman y te preguntan cómo te fue. Tu te diste cuenta que en realidad, no te fue tan mal. Entonces te ofrecen venderlo a tus conocidos. Entonces dices que no. Pero hay muchos que escalan la pirámide y se lo creen todo.
Son los mismos que te mandan cadenas diciendo que te cuides de comprar bencina en tal o cual bencinera, que tengas miedo de todo lo que te rodea, que te pongas paranoico con todo, que no hay que confiar en nadie excepto en la marca que te venden.
Sonríen falsamente y esta vez achican un poco los ojos. No hablan demasiado despacio y jamás te dirán pelo, caca o sobaco. Te dirán cabello, deposiciones y axilas. Te contarán lo terrible de sus vidas y cómo les cambió desde que se incorporaron a la empresa. Te contarán de “un compañero” o de “otro consultor” que “le pasó esto y esto otro”.
Están desesperados, pero ya no tanto. Podría haber sido una de las tantas iglesias protestantes, evangélicas, mormonas y apostólicas; podría haber sido el juego, la masonería, el copete, las drogas o las compras compulsivas. Podría haber sido la depresión o una secta satánica. Podría haber sido cualquier cosa. Pero ellos eligieron o a ellos los eligió la empresa para ayudar a los demás, y el que no pudo ser psicólogo, pintó el auto de verde, llenó su casa de calcomanías y no sale de su casa sin su chapita.
Se sentían solos y siguen estándolo aunque no lo sienten así. Te venden los batidos, los sobres y los combinados, te hacen creer que nada más necesitas y que el valor es absurdamente barato. Te dicen que es la solución a todos tus problemas. No te dicen que creas, te dicen que pruebes. Pero ellos ya se lo creyeron todo.