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El almuerzo del domingo

Javier se pregunta por qué algunas personas van todos los domingos a ver a sus padres.

Me resulta tan extraño que la gente como uno, que vive sola, se paga sus cuentas y que hace ya un rato ha pasado los treinta; siga con esa mala costumbre de almorzar con sus padres –llueva, truene o relampaguee- todos los domingos de su vida. O sea, entiendo hacerlo de vez en cuando, en ocasiones especiales. O cuando uno se ha ido hace poco del hogar de los padres y aprovecha de verdad estas aventuras de domingo para alimentarse como la gente y –si se puede- lavar ropa e incluso llevarse a la casa de uno algo que haya sobrado. Pero a estas alturas, cuando ya estamos bien grandecitos todos, me parece que simplemente no procede.

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No pretendo dármelas de insensible ni menos decir que no hay que ver a los padres. Yo mismo tengo una hija y lo paso fantástico cuando –de vez en cuando- logro pasar un domingo con ella. Sin embargo, francamente, esto de que el almuerzo con los padres tenga que ser siempre y sin excepción todos los domingos, me parece una exageración.

Es raro esto y bastante generalizado entre la gente. De hecho, lo he vivido no solamente con mis parejas, también con amigos, amigas y gente que conozco en general; los que si bien me han parecido bastante emancipados -después de los veinticinco todo el mundo debiera estar emancipado-, pero que igual de repente se excusan de actividades del domingo –o incluso de viajes a la playa por el fin de semana- porque tienen que ir a almorzar con sus padres. ¡Increíble!

En mi opinión, estas cosas como visitas y almuerzos familiares deberían estar normados. Qué se yo, una vez al mes para los más dependientes y sólo para cumpleaños y día del padre o la madre para los más normalitos. Más que esto, de verdad, me parece una exageración y una mal crianza, para hijos y padres.

Pero lo peor de todo este asunto es que, por lo que me han contado y he podido ver por ahí, cuando llega el momento de casarse –si ambos cónyuges tienen esta mala costumbre dominguera- todo se torna aún más difícil. O se divide la pareja para ir donde sus respectivos padres, o se almuerza con uno y se come con otros o –peor aún- se deja un día del fin de semana para cada pareja de padres. En otras palabras, no se hace otra cosa que juntarse con padres y/o suegros.

Ahora que vienen las fiestas patrias, seguro que hay mucha gente casada o que vive en pareja tratando de ver cómo solucionará esto de los almuerzos familiares, a los que hay que sumarles, fondas, asados y viajes a la playa. En resumidas cuentas, un estrés de aquellos.

Afortunadamente, para este fin de semana largo –y bien largo- que se avecina no tengo más planes que estar tranquilo en casa, descansar y ver –según el estado de ánimo- si hago algo. Todo relajado y sin apuro.
Honestamente, hay días -como los que se avecinan- en que da gusto ser soltero.

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