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Despertando en cama ajena

Cuando te quedas en la casa de tu pareja el desayuno es malo y la oficina queda más lejos, pero lo callas.

Hace un par de meses volví a encontrarme con Daniela, una mujer con la que salí hace un par de años atrás. Era un jueves por la noche y yo justo entraba a un cajero automático en Providencia cuando me la encontré saliendo de ahí, casi corriendo, porque tenía a un taxi esperando con el taxímetro en marcha. Nos saludamos cordialmente y -como tantas veces se dice- quedamos en llamarnos.

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Por lo mismo, me sorprendí cuando a la mañana siguiente Daniela me llamó. Conversamos largamente y al final quedamos de juntarnos a almorzar el domingo, ya que el sábado lo pasaría con mi hija Sofía. El lugar elegido fue un restaurante peruano del Barrio Italia, donde a punta de piscos sours, ceviches y lomos saltados estuvimos haciendo recuerdos hasta bien entrada la tarde. No sé bien en qué momento volvimos a conectarnos con Daniela, pero el asunto es que tras una nueva salida a media semana, comenzamos a salir.

Nada serio ni muy formal, sólo que –de vez en cuando- comemos algo por ahí y luego me quedo a dormir en su departamento. Me resulta cómodo lo que tenemos con Daniela. Si tenemos ganas de vernos nos llamamos, y si nuestras agendas coinciden, nos juntamos y luego terminamos en su casa. De repente, no nos vemos ni hablamos durante más de una semana. Y en otras ocasiones, pasamos dos o tres noches juntos. La cosa es relajada, al menos por ahora.

Hasta aquí, todo bien con Daniela. Sin embargo, en la cosa práctica, debo reconocer que el asunto se torna un pelín más complicado. Primero está la rutina de en qué casa dormir. Por razones como que donde vivo cuesta mucho estacionar y que el trabajo de Daniela queda muy lejos de ahí, las noches que pasamos juntos siempre son en su departamento. Igual es un poco molesto eso, porque cuando me quedo con ella durante la semana, debo levantarme bastante más temprano de lo habitual para alcanzar a pasar por mi casa a ponerme ropa limpia y luego partir a la oficina.

Lo otro que de verdad ha sido un fiasco es desayunar con Daniela. No por motivos de tiempo, sino porque en su casa no tiene prácticamente nada bueno para comer. Tal vez por eso se mantiene tan delgada, pero de verdad es que mirar el interior de su refrigerador impresiona, porque sólo hay botellas de agua, lechugas, quesillo y yogures descremados. Además, solo bebe té.

Por todo esto, más de alguna mañana me he visto desayunando té verde con dos rodajas de un quesillo tan, pero tan malo, que parece plumavit. Y claro, mucho no puedo hacer ni decir. Mal que mal, estamos saliendo así, tan ocasionalmente, que no me parece prudente pedirle que tenga algo de café para despertar por las mañanas. “Si ella te interesa de verdad debes solucionar esas cosas prácticas cuanto antes, y eso se hace hablando”, me dijo una amiga.

¿La verdad? No sé bien qué quiero con Daniela y me parece que como estamos –a pesar del hambre y sueño de algunas mañanas- está bien. Así que, por el momento, me mantendré en silencio y desayunaré al llegar a mi trabajo.

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