En los baby shower a los que he ido, nunca muere nadie. No al menos como en la película de Pablo Illanes (aún sin estrenar) donde cuatro amigas terminan sumergidas en un merengue de sangre. En mis versiones soft de baby shower, se come mucho, se bebe moderadamente, y se le regala a la embarazada algo para su bebé.
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Esta celebración que antes parecía otra ridiculez gringa digna de un mal episodio de Sex and The City, ya se está convirtiendo en un ritual universal con sus propias versiones. Para quienes aún no entienden en qué consiste una “ducha de bebé” unas semanas antes de dar a luz (puede ser un mes o un poco más), una cercana a la embarazada le organiza una fiesta a la futura mamá -por lo general a la hora del té-, para que reciba por adelantado los regalos.
Tradicionalmente sólo asistían amigas mujeres. Luego se sumaron los amigos gay. Ahora está invitado todo el mundo. A mi último baby shower fui con mi familia entera, para ser honesta.
Tradicionalmente se comían pastelitos y se tomaba jugo. En la actualidad se prefiere un picoteo (de quesos, panes, sándwiches, canapés, empanaditas, lo que sea, más alguna torta) y una buena dosis de alcohol suave, ya sea vino, cerveza o champaña. La única manera de soportar un baby shower sin alimentar un espíritu anti bebé es dándole un toque de carrete entre amigos.
Si siempre te gustó escuchar The Clash, ¿por qué no poner London Calling mientras abres tus regalos? Una cosa es prepararse para ser mamá y otra tener un organillo de canciones de cuna en tu computador. El resto de la celebración es puro espectáculo. La celebrada abre los regalos frente a todos, y se emociona al descubrir que fulanito le regaló tal pilucho o fulanita tuvo el tino de darle un gift certificate en la fábrica de panales Pampers.
Punto importante: no es obligación regalar “artículos para mi bebé”. La madre también cuenta. Crema para las estrías. Una faja. Pila de revistas para sus meses de post parto. Qué se yo. Una amiga mía en USA recibió un vibrador de regalo para recuperar el tiempo perdido.
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Por experiencia propia, sé que no hay nada más práctico que los baby shower. No sólo llegas al día del parto con todas las necesidades de tu bebé cubiertas. Te ahorras algo que no tiene precio: hacer vida social en la habitación de la clínica, abriendo paquetes y saludando gente, cuando todo lo que quieres es dormir junto a tu pequeña criatura.
Si algún día la realidad supera la ficción y muere alguien en un baby shower, prometo avisarles.