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Crónica de un par de gigantes en la ciudad

-¡Bravo, bravo, bravo!- gritaban más de 1 millón y medio de personas que apretadas como sardinas disfrutaron a rabiar el final del segundo día de espectáculo de “La Invitación” (La Pequeña Gigante) ¡Yo lloré!

Todo comenzó hace unos días cuando mi jefa me dijo:-“¡De ahora en adelante tu misión será perseguir a la Pequeña Gigante!”- En ese momento pensé “qué entretenido, es una gran oportunidad”. Así fue como partí el jueves al géiser que me mojó hasta los calcetines (como les conté el otro día). Hasta ahí todo bien. Pero ayer…¡uf! fue del terror.

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Día 1: Estaba en el Parque O’ Higgins a las 8:45 am lista para reportear cada movimiento de la Pequeña. Saqué las primeras fotos, unos videos y me fui corriendo a buscar un ciber café. Obviamente, cual Ley de Murphy, todo salió mal. Logré enviar el texto pero ni las fotos y ni los videos cargaban en el mail, intenté subirlos a Flickr y Youtube, pero nada. Ya eran las 10:20 y la Presidenta Bachelet estaba dando el vamos al espectáculo.

Salí corriendo de vuelta al parque con el colon que me explotaba de los nervios. Entre empujones e insultos bien fuertes que me gritaban los padres desesperados por ver algo de la Pequeña, me hice paso entre la multitud, me subí a una reja de dos metros y logré pasar al sector de prensa. Estaba deshidratada y con la piel quemada por el sol, pero finalmente conseguí el objetivo del día.

Día 2: Me levanté súper temprano porque no quería pasar por lo mismo del viernes. Así que, con cámara y credencial de prensa en mano, me fui a La Moneda. Esta vez, había suficiente espacio para entrar sin problemas. En la puerta, que en realidad era una valla papal, me encontré con Marcela Piña de la producción de Stgo a mil ¡mi salvadora! Me agarró de un brazo y me dijo dónde tenía que ponerme para sacar fotos. Listo, ya estaba adentro.

Justo el Señor Escafandra venía saliendo de un container que decía Valparaíso. Así que esta vez tuve una ubicación privilegiada sin necesidad de saltar una reja. Las fotos las pueden ver al final del post. El hombre gigante pasó tan cerca de mí que casi me pisa.

Sus manos de madera tallada eran tan reales que me dio escalofríos. A través de la escafandra se veía su rostro de sorpresa ¡es increíble el trabajo de los liliputienses! Todo parece tan humano. Lo seguí un par de calles y decidí salir del lugar para ver qué pasaba con el público.

Me fui a la plaza de La Constitución a ver a la pequeña dormir y 700 mil personas impedían el paso a cualquiera que pretendiera colarse. De esos 700 mil, por lo menos, 3 mil eran comerciantes ambulantes. Lo peor son los vendedores de sándwiches de potito que tenían todo el sector pasado a comida.

En un descuido de la policía me pasé otra reja, ahora de un metro y medio. Intenté acercarme todo lo que pude y capté el lado B de esta celebración. Decenas de personas apretadas intentaban pasar donde, obviamente, no tenían acceso. Padres con sus hijos en brazos empujaban sin conciencia. Una niña de aproximadamente cuatro años le gritaba a su papá que le dolía la cintura y que no podía respirar, pero el hombre no la escuchaba y seguía empujando ¿Cómo es posible que un padre exponga a su pequeña hija a una situación tan traumática? ¡Que rabia!

Preferí salir de ahí o me agarraría con esos padres inconcientes. Afuera, el mar humano agradecía el agua que los bomberos -bien atinados estos chicos buenos- les tiraban desde unas grúas tan gigantes como el Señor Escafandra.

Y llegó la tardecita. Esta vez entré sin problemas al sector de prensa, mientras el tío de la Pequeña dormía. Hablé con uno que otro periodista y comenzó la acción. Llegó la niña montada en un barco mientras su tío despertaba. El barco se estacionó, la Pequeña voló hacia los brazos de su tío y se abrazaron. Todos estaban emocionados.

Mientras, Jean-Luc Courcoult (director de la compañía Royal de Luxe)  se fumaba 100 cigarrillos franceses y se tomaba la cabeza porque al parecer las cosas no habían salido como él quería pero para un millón y medio de personas el espectáculo fue perfecto.

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