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Amar el porno

No veo pornografía para conocer mi cuerpo ni para aprender a masturbarme ni para obtener lecciones de complacencia. Éstas son mis 7 razones para amar el porno.

Me incomoda encontrarme con encabezados como éstos: “Las mujeres ven tanta pornografía como los hombres”, “Estudio demuestra que a ellas también les gusta el porno”, “Pornografía, el nuevo divertimento de las mujeres”, “Uno de cada tres consumidores de porno es mujer”…

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Me incomoda la sorpresa con que se enuncian los títulos anteriores (el interés femenino en la pornografía como un caso para los expedientes X): “¡Wow, las mujeres lo pasan bomba cuando cogen y hasta ven porno!”. Hasta donde sé y desde siempre, a los seres humanos, hombres y mujeres, nos ha interesado el sexo, que en el porno queda gráficamente representado.

Y también están todas esas notas en que se habla del “porno que les gusta a las mujeres”, como si la intención de encontrar una pequeña cantidad de respuestas no fuera estéril, como si se pudiera definir cuáles prácticas sexuales corresponden a quienes tienen vaginas o penes, según el caso.

Se repite una y otra vez que las mujeres buscamos un porno “más emocional”, lo que me suena más bien a una caricaturización de lo femenino: escenas a la luz de las velas, música suave de fondo, intercambio de miradas y besos interminables.

Ni siquiera estoy segura de que lo anterior sea porno, pero es un lugar común, y algunos creen que funciona como explicación de nuestro “temperamento sensible”.

El repertorio es amplio: artículos que hablan de lo que ellos buscan en el porno, de lo que buscamos nosotras. Las explicaciones suelen dejarme insatisfecha, no porque las crea siempre equivocadas, sino porque son limitadas y limitantes.

Por ejemplo, hay una enumeración que está por todos lados, que intenta explicarse el fenómeno alien del interés femenino en la pornografía. Se menciona que las mujeres vemos porno porque (y solo porque):

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  1. Tenemos curiosidad
  2. Para masturbarnos
  3. Para aprender
  4. Para comparar
  5. Para complacer a nuestra pareja
  6. Para conocer nuestro cuerpo
  7. Estamos embarazadas (muchas hormonas, ¿qué hacer con ellas?)

Salvo el embarazo, los hombres pueden compartir algunas de las razones anteriores. Pero las listas que explican el atractivo del porno según los hombres, hablan de placer, de ocio, de diversión, incluso de fantasías, un mecanismo intelectual que nuestras mamás y abuelas y bisabuelas han cultivado con ayuda de la literatura erótica desde hace mucho tiempo.

No creo que hombres y mujeres veamos pornografía por razones tan distintas y, al mismo tiempo, las razones en general son muchas y muy variadas.

Mis 7 razones para amar el porno

Como no concuerdo con un solo punto de la lista anterior, me desahogo dejando aquí la mía.

  1. Me gusta ver gente desnuda. Hombres desnudos. Mujeres desnudas, que igual están por todos lados: revistas, espectaculares, cómics, cine y televisión. La vida ofrece un catálogo más modesto de encuerados. Por fortuna, en el porno abundan. En el porno gay, además, los encuerados suelen ser guapos.
  2. Me gusta ver penes. Y no sólo verlos. Me gusta imaginar si podría meterme todo eso en la boca, si una penetración de ese tamaño dolería muchísimo y si ese dolor sería placentero.
  3. Por cultura general, para alterarme un poco, por interés genuino: razones todas aplicables también al arte. Además, las cosas que leemos, que vemos, que sabemos, pueden tener utilidad en los momentos menos esperados. Con el porno pasa igual: cuando se necesita inspiración extra, se puede recurrir a felaciones y manoseos vistos, no importa que a nosotros nunca nos queden igual.
  4. El porno, como a Violetta en Diablo Guardián, me permite descubrir mis alcances. “No mis límites, mis alcances”, decía ella. Qué divertido el ejercicio de plantearse lo que una está y no está dispuesta a hacer, en qué contexto, con quién y con qué posibles resultados, en términos de placer, obvio.
  5. En la pornografía se establecen representaciones del juego mental que implica el sexo. El cuerpo es el instrumento, pero es la mente quien protagoniza la escena: la mente del espectador, la mente ficticia de los “personajes”. Por eso me encantan las escenas BDSM, en donde lo que menos importa son las penetraciones.
  6. Porque estoy profundamente enamorada de James Deen, el actor porno más sexy y malvado del planeta. Porque soy fan de la retirada Sasha Grey, maestra de las felaciones, y de Stoya, la novia de mi novio James Deen.
  7. La pornografía ofrece un montón de fantasías que probablemente no me atreva a intentar nunca, que serían dolorosas o peligrosas o imposibles para mí: prostituirme, ser azotada, acostarme con 5 sementales al mismo tiempo, tener sexo anal con un hombre de pene gigantesco. Fantasear con todo eso, sin peligro y sin culpa, es mi derecho fundamental.

No veo porno para conocer mi cuerpo ni para aprender a masturbarme ni para obtener lecciones de complacencia, como algunos aseguran. Para mí la pornografía no es didáctica: tengo clarísimo que mi forma de coger, a la hora de la verdad, será muy diferente a lo que veo en una película o leo en un libro.

Sin embargo, mientras veo porno, de paso me fijo en qué tanto abre la boca la chica, cómo logra felaciones tan profundas y prolongadas, e intento ponerlas en práctica la próxima vez, con humilde conciencia de mi realidad, lo cual no significa que me haya recetado una escena para mejorar mi técnica de sexo oral ni nada por el estilo.

La inclinación de las mujeres por la pornografía, mi inclinación por la pornografía, no es insólita. No es misteriosa ni alienígena. ¿Desde cuándo es insólito que a las personas nos guste coger, pensar en coger, recordar que cogimos, proyectar nuestra próxima cogida?

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