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Cómo aprender a dejar ir sin que duela (tanto)

Dicen que “a mayor apego, mayor tu sufrimiento.” ¿Será?

El tiempo pasa y, a su vez, cambiamos. Lo más gracioso, es que no nos damos cuenta sino hasta que deseamos volver el tiempo atrás y apreciar esas pequeñas cosas que dimos por sentadas en su momento.

Y las relaciones no son el único ámbito, pero me empeño en mencionarlo. Como dicen: “A mayor apego, mayor tu sufrimiento.” Sí, eso lo escuché hoy. Pero me pregunto por qué, si “a mayor apego, mayor tu sufrimiento,” quien no tiene sentimientos tampoco está completamente feliz.

También escuché una vez que “dejar ir, constituye a una infidelidad.” Pero a esto lo veo de una manera completamente distinta. Uno deja de ser infiel cuando el otro lo descubre.

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A sí mismo, digo. Deja de ser infiel a sí mismo. Deja de engañarse.

De la misma manera ocurre cuando las cosas acaban, cuando los caminos se separan, cuando te encuentras al final de las cosas y a veces deseas quedarte mientras las cortinas se cierran, cuando deseas mirar los recuerdos por la ventana y guardártelos en un pequeño pedazo de lo que me gustaría llamar el alma.

Llega un punto de inflexión en que debes tomar otro camino. Tú o quien recorría el mismo que el tuyo.

Y es entonces que dejamos de sernos infieles: cuando reconocemos que las cosas ya no marchan bien, cuando queremos ir hacia otra dirección. No por la otra persona, sino por nosotros mismos. Para guardarnos, cuando menos, un poquito de respeto y retirarnos con un buen par de cuernos.

Una última frase célebre que desentona con las otras, sería: “A fuerza, ni los zapatos entran.” Hay cosas que ocurren de manera fugaz, de manera natural, de manera espontánea. Si bien muchos ya no creemos en aquella palabra de cuatro letras, que hace que el sexo vaya más allá de la piel, espero alguno de ustedes, como yo, esté consciente de la química inexplicable que se puede tener con alguien más.

“A fuerza, ni los zapatos entran,” ni tampoco “a fuerza” se puede regresar el tiempo.

Me pregunto, entonces, ¿para qué no tener apegos? Es una opción. No tener apegos para, si bien no ser completamente feliz, ahorrarnos esa medida proporcional del sufrimiento.

Pero no es cierto.

Quizá sea un ciclo en muchos casos: un inicio y un (inevitable) final. Y si no te apegas y si no te sostienes con todas tus fuerzas del momento y si no disfrutas de él a manos y sonrisas llenas para no apegarte, no podrás regresarlo “a fuerza.” Y casi siempre lo intentamos por arrepentimiento.

Lo cierto es que no existe un manual o un parche protector para el corazón (o, bien, el hipotálomo). No existe algo que nos ayude a olvidar, a pensar racionalmente cuando se marchan de nuestro lado.

Hay quien piensa que el olvido es inevitable, hay quien en su mente lo hace inexistente. Y yo también creo que el olvido es un mito. Pero bien podríamos tener dentro de nosotros, un buen cofre y mantenerlo cerrado junto con todos nuestros recuerdos.

Olvidar, quizá sea imposible y dejar ir puede que, inevitablemente, duela. Pero podemos aprender, presenciar, entender y, sobre todo, dejar de sernos infieles. Recuperarnos cuando menos una pizca de confianza.

Y seguir. Hacia otro camino.

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