Imagínense un restaurante donde uno llega solo hasta la barra, que está iluminada, para luego ser guiado por un camarero ciego a una sala continua donde está el comedor, el cual está completamente a oscuras. Es decir, es imposible ver lo que se come, bebe o incluso donde está el tenedor y el cuchillo. Por lo mismo, no queda otra que aguzar los sentidos y concentrarse. Los que han probado esta experiencia dicen que no es nada fácil y que muchas veces al salir del restaurante y revisar la ropa los comensales pueden darse cuenta de uno que otro error de cálculo que tuvieron durante la comida. Pero más allá de este detalle, lo interesante de esta experiencia –además de ponerse por un rato en el pellejo de un no vidente- es ver qué tan bien nos guían nuestros sentidos. Qué tanto podemos intuir guiados por el tacto, olfato y gusto. Es decir, una verdadera aventura.
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Este tipo de restaurantes nació en Suiza hace algunos años, cuando el pastor ciego Jorge Spielman abrió “La Vaca Ciega”, en Zurcih, como parte de un proyecto que buscaba difundir y concientizar a la gente sin discapacidades visuales cómo es comer para los ciegos. Después de la experiencia suiza vinieron restaurantes del mismo estilo en Nueva York, Los Angeles, Barcelona, Montreal y Toronto e incluso Buenos Aires. Este tipo de lugares han dado origen a lo que algunos críticos han llamado los “dark restaurants”. Pero más allá de estos calificativos, lo más destacable de estos comedores –además de la particular experiencia que ofrecen- es que parte del dinero que recaudan va en beneficio de fundaciones que trabajan con personas que sufren distintos tipos de discapacidad visual.
De esta forma, comer en uno de estos restaurantes es doblemente recomendable. Primero, porque la experiencia debe ser única, y segundo, porque al mismo tiempo se está yendo en beneficio de una buena causa.
¿Alguno de ustedes ha podido experimentar esta experiencia culinaria?